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13 de diciembre de 2024
Represor recluído
Crónica del juicio al represor Abelardo Britos, a un año de la histórica sentencia.
Pasaron 48 años desde que los militares tomaron el poder por la fuerza. Pasaron 48 años de aquél comunicado número uno que interfería en la programación radial. Pasaron 48 años desde que una programación radial fue interrumpida para anunciar el “accidente” del obispo riojano Enrique Angelelli. Pasaron 47 años para que iniciara el noveno juicio de lesa humanidad en La Rioja y para que Abelardo Britos, el “feroz” represor del IRS, como lo recuerdan sus sobrevivientes, fuera condenado a prisión perpetua. A un año de la sentencia histórica, revivimos ese día.
En el quinto piso del viejo edificio del Correo Argentino, los doctores Mario Martínez, Quiroga Uriburu y Daniel Asís, quienes integran el Tribunal Oral Federal (TOF), están de pie tras el estrado. Frente a ellos, el público espera, también de pie, la orden del presidente del tribunal para poder tomar asiento. Marta “Coca” Cornejo de Pedernera, viuda de Wenceslao Pedernera, asesinado durante la última dictadura, oculta sus ojos tras unos gruesos vidrios. Su hija, la sostiene de un brazo. Sillas atrás está Diana Quirós, quien era catequista cuando fue detenida ilegalmente por ser seguidora del Obispo Angelelli, el obispo rojo, como lo rotulaban los medios y las fuerzas armadas en esa época.
Del otro lado del pasillo, los ojos brillantes de Argentina Lopez ven concretarse una espera de casi 50 años. Cuando fue detenida, Argentina era apenas una adolescente, pero eso no impidió a Marcó, uno de los subordinados de Britos, verla como un objeto sexual.
Miguel La Civita, un cura amigo de Wenceslao, oculta su ternura detrás de una mueca dura, frunciendo el seño y los labios, ocultando la frente y el pelo blanco tras unos grandes lentes negros.
Britos, el único imputado, no estaba en la sala. Su cara pálida, coronada de una cabellera completamente blanca se colaba por un recuadro de videollamada, transmitida por una pantalla, a la derecha del estrado. Britos nunca pisó la sala del TOF de La Rioja. De hecho, estuvo prófugo en Paraguay y fue extraditado por delitos de lesa humanidad, aunque su abogado defensor, el Dr. Chumbita, se esfuerce en posicionar que “anticonstitucional es este juicio contra él” y pida la absolución de su defendido.
Son más de 30 los hechos que se acumulan en torno al ex alférez Britos. Desde allanamiento ilegal, hasta detención ilegítima, abusos sexuales, vejaciones, torturas y el asesinato a Wenceslao Pedernera. Abelardo tenía veintipico cuando transcurría la última dictadura cívico militar y en ese contexto integraba un grupo de tareas. El escuadrón 24 de Gendarmería en Chilecito. Paralelamente se hacía cargo del Instituto de Rehabilitación Social (IRS) y a pesar de su corta edad en ese momento, sus sobrevivientes lo recuerdan como feroz.
“Para nosotros es sumamente importante este juicio en un momento en que la negación del terrorismo de Estado va avanzando desde los sectores de ultraderecha” decía Diana, mientras esperabamos que la sala abra las puertas al público. Unos enormes lentes oscuros tapaban sus ojos y se había puesto el traje de abogada para enumerar el rosario de hechos que recaían sobre Britos, pero que ella había vivido en carne propia durante su estadía en el IRS.
El IRS era un centro clandestino de detención y tortura que funcionaba dentro la cárcel de La Rioja. Mientras la cárcel tenía un director, el IRS tenía un jefe de tareas. Ese jefe de tareas era Abelardo Britos. “La mayoría de los detenidos y las detenidas riojanas lo mencionaron como uno de los más feroces represores” recuerda Diana. “No sólamente tenía cargo y daba órdenes, sino que participaba activamente”.
En la sala del TOF, palpitan la mayoría de sus sobrevivientes. A otros no les alcanzó la vida para presenciar el juicio. Cada viernes por la mañana se abriría nuevamente el juego, se destaparía la olla. Las palabras quedarían flotando para quienes las escuchan como espectadores, pero sangrando para sus protagonistas. Sin embargo, todos coincidirían en la reparación de la condena.
En la vereda frente al edificio, un grupo de militantes se resguarda del sol ardiente bajo un gazebo. Un pasacalle que grita “¡No odien!” los enmarca, mientras giran en ronda vasitos de café y escuchan por un bafle la transmisión en vivo del juicio que se emite por youtube.
Adentro, el actual obispo de la Diócesis de La Rioja, monseñor Dante Braida, representa la actitud de la Iglesia de buscar justicia. Britos tiene un solo abogado defensor, el Dr Chumbita. Frente a él, los abogados de los y las sobrevivientes y del obispado, se despliegan en una larga mesa. A primera vista parecería una cancha inclinada. Pero Britos tiene la posibilidad que los detenidos ilegalmente, ni Wenceslao, no tuvieron. La posibilidad de defenderse.
La fiscal María Virgina Carmona afloja las mandíbulas de los presentes a medida que el juicio avanza y se convierte en motivo de conversación. “¡Pidió perpetua!” “¡Nunca nadie antes presentó tanta prueba documental!” se alegran los presentes mientras charlan animados durante el cuarto intermedio. En cada cuarto intermedio los presentes abandonan la sala y se amontnan frente al ascensor para bajar por tandas. Van a reunirse en el gazebo que se armó metódicamente en la vereda del frente durante todos los meses que duró el juicio. Ahí el mate y el café junto a los compañeros y camaradas de militancia, no faltan. Algunos, DNI en mano, se turnan para poder presenciar un poquito de lo que consideran un momento histórico. Otros eligen quedarse abajo a “bancar los trapos”.
“En la provincia de La Rioja, la persecución se centró con especial encono en la figura del obispo Angelelli y en todas las personas que se vinculaban a él” dice la fiscal, María Virgina Carmona, desde la punta de la mesa. Mientras une los hilos de las causas que mantienen a Britos suspendido a un paso de la cárcel común. Con su relato, Virginia dibuja un espiral que se pasea por los asesinatos de los curas Carlos de Dios Murias y Gabriel Longeville, acribillados una semana antes que Pedernera. Y ubica en el centro a Angelelli, asesinado una semana después que él.
Para ella existe “un hilo conductor evidente”. Pero también observa particular saña en las torturas, donde Britos prestaba especial atención a averiguar sobre los curas, sobre si tenían armas y sobre Angelelli.
Argentina Lopez está sentada en la sala con una mueca de tristeza o dolor. Quizás ambas cosas. Escucha atenta mientras se abraza a la fotografía de una de sus compañeras detenidas desaparecidas. Mira fijamente a la fiscal, quien es portavoz de su historia. “Las víctimas declararon que cuando eran llevadas a los interrogatorios bajo torturas se les preguntaba por Monseñor Angelelli y por las armas” dice la Fiscal. Los ojos de Argentina brillan reteniendo un caudal de lágrimas. “Que todas las mujeres que llegaban, desde la toma de Britos como jefe del IRS eran abusadas sexualmente, incluidas las menores de edad”. Su nariz ruborizada anuncia el aguacero, mientras la Dra Carmona pone en palabras sus recuerdos: “Argentina López recuerda que una de las veces que fue llevada para ser torturada, fue abusada por Marcó y que Britos participaba de las sesiones de torturas aplicadas a los detenidos en los galpones”.
Semanas antes de la exposición de la fiscal, la querella del obispado, a cargo de la Dra Mirtha Sánchez en representación de Wenceslao, había expuesto al TOF que “el objetivo de la actividad de Britos era determinar los blancos que el sistema represivo debía eliminar”. La Dra. Sánchez, mira fijamente al Dr. Chumbita que está frente a ella. Luego, mira a los jueces y agrega: “el asesinato a Wencelao fue una estrategia lógica y meditada. Wenceslao no fue asesinado por casualidad”.
En su alocución señala permanentemente que el aparato funcionaba bajo el mando de Benjamín Menéndez. Buscaba dejar en claro dos cosas. Por un lado, que el asesinato a Wencelo fue una política de Estado, del terrorismo de Estado y por otro, que se trató de una persecución a la Iglesia riojana.
Wenceslao fue un trabajador campesino, un cooperativista, representante de los trabajadores rurales y seguidor de Angelelli. Era oriundo de San Luis, pero llegó a Mendoza a trabajar en una finca, ahí conoció a Marta Cornejo, con quien se casó un año después. Wenceslao y Marta “Coca”, conocieron a Angelelli en un encuentro de la Acción Católica y él los invitó a participar de la cooperativa La Buena Estrella. Una cooperativa rural que buscaba reivindicar el valor de los trabajadores y disputar el valor de la tierra desde quienes la trabajan. Wenceslao y Coca accedieron y pronto se mudaron a Sañogasta, un pueblo serrano de La Rioja, donde el invierno se encarga de peinar canas sobre los cerros y ruborizar los nogales.
Wenceslao con vocación de sembrador hacía el mismo trabajo con la vid y los sarmientos, que con los corazones de las personas. Cuidaba en invierno y sembraba en primavera. Y justamente en el invierno, más precisamente el 25 de julio, después de una jornada de cuidar los sarmientos y de atender a los vecinos, un golpe en la puerta lo despertó en la madrugada. “No atiendas” le dijo su esposa Coca, pero él pensando que algún vecino podía necesitar de su ayuda, abrió.
Un escuadrón de gendarmería estaba detrás de la puerta y sin mediar palabra le atravesaron 8 balas de plomo en el cuerpo. Wenceslao cayó en la cocina de su casa, debajo de la mesada.
Allí se retorcía de dolor y le decía a su esposa e hijas las palabras que luego se transformaron en bandera: “No odien, amen. Perdonenlos, yo ya los perdoné”. Con la ayuda de un vecino lo subieron a la caja de una camioneta y lo llevaron al hospital de Chilecito. Un parte firmado por las fuerzas armadas certificó su muerte a las 9 de la mañana, mientras los médicos y enfermeras le decían a su esposa e hijas que lo estaban operando, que había atravesado varias cirugías y en varias ocasiones había entrado en paro cardiaco. Mientras tanto, Coca permanecía retenida en una habitación del hospital. Era cerca del mediodía cuando la hija mayor, inquietada por los alaridos de un hombre, pidió permiso para ir al baño y siguió los gritos. Se encontró con su padre tendido en un charco de sangre, sin haber recibido atención médica. Cuando firmaron su muerte, Wenceslao aún estaba vivo y agonizaría varias horas más.
En la sala el aire es cada vez más pesado, pero eso no parece interferir en la alocución de Virginia. Esta vez trae las palabras de un testigo, Baroneto, quien dice que Wenceslao se convirtió en un blanco porque al escribir un documento sobre cooperativismo y difundir el convenio colectivo de trabajo, se había convertido en una persona peligrosa para los defensores de la propiedad privada. Porque ese movimiento proponía otro tipo de propiedad, la propiedad cooperativa. Baroneto simplifica que a Wenceslao lo matan por su compromiso con la tierra y la propiedad cooperativa.
La fiscal levanta el guante de la querella y no deja los hechos como un caso aislado. “El homicidio de Wenceslao cobra especial sentido al revisar el asesinato de los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville ocurrido sólo una semana antes del homicidio de Wenceslao Pedernera y sólo una semana posterior el homicidio del propio obispo existiendo entre estos crímenes un hilo conductor”.
Virginia habla con soltura y firmeza, argumenta por horas, parece un pez en el agua. Después de unir todos los cabos, sin pasarse por alto ni un detalle, pide para Britos “prisión perpetua e inmediato cumplimiento en una unidad penitenciaria federal”.
No termina de decirlo cuando una lluvia de aplausos invaden la sala. Es la emoción acumulada de quienes alguna vez estuvieron en las garras de Britos y hoy lo ven como un pollo mojado, resguardándose tras una pantalla.
La fiscal se encargó de pisotear el pedido de absolución y de nulidad de la extradición presentado por el Dr. Chumbita, que aducía los derechos constitucionales a la salud y del adulto mayor. Ella mira satisfecha a un público que la fue conociendo con el paso de las audiencias. Les sonríe. Ellos le devuelven el gesto con los puños en alto y juntando las palmas de las manos. Solo un pequeño grupo quedó después de una audiencia de cinco horas.
En el ascensor me encuentro con un montón de ojos húmedos y sonrisas. Son casi las tres de la tarde y en la vereda del edificio está Diana. Casualmente compartimos un trecho de camino. Diana ronda los 60 años, camina ligera y su humor es entusiasta. “Con que lo condenen, ya es algo”, dice mientras pateamos baldosas blancas. Cuenta que le sorprendió la actitud de la fiscal y que está esperanzada. ¿Condena ejemplar? le pregunto y me responde como quien no quiere ilusionarse y desilusionarse. “Otras veces este tribunal no juzgó como debía”. Se refiere a la megacausa, donde sólo 4 de los 11 imputados fueron sentenciados. “Si bien hay un montón de evidencia documental y un montón de testigos que confirman lo nuestro, tengo miedo por lo de Wenceslao, porque estaban encapuchados”.
El día de la sentencia llegué temprano. En la vereda del frente está Camila, una militante de H.I.J.O.S que comienza a colgar los recuadritos de los detenidos desaparecidos y los signos de Memoria verdad y justicia. Me cuenta que la familia de esa casa les presta amablemente la reja para colgar todo y les regala energía para enchufar los bafles. La noche anterior esa misma calle, que es una de las arterias principales de La Rioja, había estado iluminada por un escenario que daba lugar a una vigilia esperando la sentencia. Un centenar de personas habían llegado después de una marcha que había arrancado en la catedral y que en cada esquina, como si se tratara de un vía crucis, se detenía a reflexionar sobre las oscuridades de la historia argentina.
En el aire se percibe que es un día histórico. Los ascensores no dan a basto para subir a una fila enorme de gente que espera ingresar a la sala. Nadie se quiere perder la sentencia. En primera instancia, Britos tiene derecho a expresarse. Algunos se debaten si les da el estómago para escucharlo, pero toman coraje y suben. “Hay que hacerle vacío” dice Camila. “Cuando empiece a hablar, nos vamos y volvemos para la sentencia”.
Coca y sus hijas están sentadas en la primera fila, se las ve esperanzadas. Uno de los nietos de Wenceslao charla animadamente con el Obispo Dante Braida. Por primera vez en decenas de audiencias, los jueces se tardan. La ansiedad crece. La gente va y viene. Cuchichean. Algunos especulan sobre si Britos declarará o no, mientras Chumbita está sentado en silencio. En el lugar del Público nadie puede permanecer de pié y todas las sillas están ocupadas, excepto una que está reservada. Su dueña no tarda en llegar y decenas de abrazos la reciben. Es Marcela Ledo, una de las madres de plaza de mayo. Camina con dificultad, pero mantiene en alto su lucha y su pañuelo blanco, mientras sostiene con firmeza un recuadro de su hijo Agapito Ledo, aún desaparecido y aún sin justicia, después de la absolución de Milani en 2016.
¡De pié! Anuncia un gendarme y todos obedecemos. Martínez y Quiroga Uriburu se paran tras el estrado e invitan a tomar asiento. De un lado está la fiscal y una fila de abogados que representan a las víctimas y sobrevivientes. Del otro lado Chumbita, su maletín y su tradicional saco azúl marino. En la pantalla, Britos destaca por su pelo blanco y una remera verde turquesa a rayas, que desborda de la silla. Quiroga le da la oportunidad de expresarse y su abogado dice que no hará uso de su derecho. Se anuncia un cuarto intermedio y de nuevo hay que abandonar la sala.
Son sobre las 10 de la mañana, es diciembre y el calor empieza a sentirse. Los autos van y vienen por la avenida Perón y los militantes de derechos humanos desbordan de los cordones de la tradicional vereda del frente. Cuando terminan de bajar todos los que estaban en la sala, se hace inevitable que alguien corte el tránsito y empiecen a sonar los primeros ritmos. “Olé olé, olé olá, como a los nazis les va pasar, a donde vayan los iremos a buscar”.
Siempre me impresionó la actitud resiliente de quienes vivieron el horror en los centros clandestinos de detención. El paso de los años les permitió mutar su relación con la memoria y con el dolor. En esta mañana de diciembre, eligen desabotonar la esperanza, quitar la cincha y dejarla salir como un alarido que se hace cantito. Curas tercermundistas con redoblantes, curas rurales con boina y bombacha de gaucho, ex presos políticos, el obispo, una monja y un montón de militantes por derechos humanos se mezclan bajo el sol de una mañana completamente celeste, que pinta ser histórica.
Toda esa expectativa circula en la sala cuando por fin, el TOF se dispone a leer la sentencia. Quiroga Uriburu, se acomoda la corbata, relojea a Martínez sentado a su derecha y empieza a leer. “Imponer la pena de prisión perpetua…” No termina de decirlo y una ola de aplausos y gritos le llega desde el público. Se detiene y mira el papel mientras espera. Martínez mira fijamente a los sobrevivientes que festejan.
Argentina suelta un sollozo retenido, Maricha levanta las manos sin emitir sonido. Diana llora. “Wencelao Pedernera… ¡Presente! Ahora ¡y siempre!” grita una voz masculina y todos responden con todas sus fuerzas. El delay de la transmisión de YouTube permite oír, cómo un grito de gol que viene desde afuera.
Estamos en un quinto piso, pero los gritos de festejo y los redoblantes, de quienes quedaron en la calle se elevan y atraviesan las ventanas cerradas, provocando una segunda ola de algarabía. “Olé olé, olé olá. Como a los nazis les va a pasar…”.
Los abrazos son apretados y el llanto incontenido. Levantan los recuadros de quienes todavía están desaparecidos, como haciéndolos partícipes de un escaloncito más de justicia. Los levantan frente al tribunal, como agradeciendoles. Como enrostrando a Britos que la justicia, aunque tarda, a veces llega.
“Esto no es felicidad, esto sutura las heridas. Lo que vivimos nosotros no nos lo olvidamos más, pero se hizo justicia.” dice Argentina, dándole sentido a una espera de 47 años. “Cuando me enteré que iba a iniciar el juicio, le dije a Wence que se haga justicia” recuerda Coca, que busca a su esposo en la vida eterna cristiana, “vos no podes quedar impune. Que se haga justicia y que se sepa que hicimos justicia por vos” dice con la templanza y la tenacidad que la caracteriza.
“Esto nos alienta a seguir luchando” dice Argentina, con una sonrisa iluminada. Sin duda, la perpetua a Britos se celebra, se bebe como un bálsamo, se suspira, se mastica, se saborea en un contexto donde el negacionismo ya no se cuela por las rendijas, sino que entró por la puerta principal de la casa rosada.